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Desnudo en la playa
¿Termina todo en una espalda?
¿O esa torsión infantil es tan solo otro comienzo?
Algo sabe hacer esta luz que cruza el mundo
y golpea aquí:
darse inicio de nuevo.
Un párpado entrecorta las cosas y
en esa fracción de sombra todo recomienza.
La tintura del cielo cae
otra vez
sobre los objetos
y al tocarlos sus nombres saltan, alcanzan lenguas,
idiomas:
puente, arena, surco, antebrazo,
spiaggia, mare, blau, matí.
Pintar es respirar un índice inscrito en la luz,
situarse en la mirada como quien sostiene un arco,
trazar una línea entre lo que siempre estuvo
y lo que siempre podría estar.
Apenas has cumplido treinta y seis años.
No sabes aún que esta es la última ocasión,
algo sin embargo parece indicarlo en el gesto:
un óleo sin escuela, libre de compromiso.
Abandonarse en una playa es permitir que el sol
iguale todas las cosas.
¿Qué rostro tendría el niño si súbitamente se girara?
¿Todo descuido de luz es un autorretrato?
Treinta y seis años y es de nuevo la primera mañana.
¿Por qué la espalda contra el mundo?
¿Da la vértebra inicio a otro mundo?
Tiene el niño intuición de dios pequeño.
Qué lejos quedan las noches orientales,
París, los sonidos de la guerra, aquel éxito entre ilustres.
Todo es dispersión en un mar idéntico.
¿Podría ser un hombre feliz en su pintura?
¿Podría erguirse para siempre en la luz de una mañana?
En los poemas, como en los cuadros,
suceden cosas pactadas con la luz.
Niño, espalda, son formas que tenemos de decir comienzo.